miércoles, 8 de febrero de 2012

Esperando que llegue el negro Atila.



Las estrategias políticas del Imperio son bien claras. El enemigo es el pobre.

Los obreros, no. Ya forman parte del Sistema. Han incorporado modos burgueses de vida. Piensan de otro modo. Tienen coberturas sociales, buenos sueldos, compran automóviles, veranean en la costa. Mandan los hijos a la universidad.

No es muy lindo ni agradable para un tipo de clase media argentina contemplar en vivo y en directo y a su exacto ladito a los morochos camioneros del compañero Moyano paseando como si nada en Mar del Plata, con sus horribles ordinarias espantosas ojotas azules, shorts azul y oro y comiendo toneladas de mandarinas en la playa.

El peligro público para el Sistema es el pobre desclasado. El marginal. Esos feos tipos todos tumbaditos que se caen y arrastran de modo no muy elegante por cierto de tanto hambre y cansancio que tienen encima, son demonios a demoler certeramente a palos a la brevedad por las azuladas fuerzas de seguridad.

Se lo estigmatiza mal a este pobre vagabundo sucio desdentado como criminal, delincuente y vago repugnante y drogadicto que vive de los planes sociales y se lo trata de vigilar y controlar de todos los modos posibles.

Acorralándolos en guettos, por ejemplo.

Hay todo un diseño urbanístico y arquitectónico en marcha para mejorarles a los pobres de toda pobreza un cachito el habitat y que la negra escoria masa transpirada y sucia luego se la banque como pueda y se transforme así en un pasivo ganado de dignos humildes hombrecitos sin armar bardo. En sus bellos "barrios privados" (villas miseria con alumbrado, barrido y sin limpieza), por supuesto. Separados de forma inconfundible de la gente normal, obvio. Los blanquitos, ya sabemos.

Ya lo dijo el más grande entre los grandes, el padre del aula: Civilización o Barbarie.

Blancos o negros.
 
¿La ciudad es definitivamente territorio de los blanquitos?

Si han muerto y enterrado en breve procedimiento burocrático las vetustas pero añoradas ideologías, no vendría mal entonces un bello relato corto para acabar sin asco y de una vez por todas con los ricos (y el ganado de sometidos borregos descerebrados adoradores y aduladores que los siguen a los patroncitos como obedientes silenciosas ovejitas blancas al matadero) y todos esos parásitos y burócratas a sueldo de esta fría e inhumana ciudad.

¿La revolución no será acaso que la onda Atila y los bárbaros invada y arrase algún día todo a su paso y la ciudad se la queden ese famoso día los lumpen?

Eso sí que sería una revolución.
 
Pero no. Dios es blanco.