Cuando
se avecinan tiempos electorales, estos territorios del conurbano se
asientan sobre el más turbio de los suelos. Acá se labura para el que la
pone, y si el que la pone es Magoya, vamos todos con Magoya… Pero si
Magoya se hace el pelotudo y no cumple con lo que promete (digo, a los
muchachos, no a la gilada), a la mierda con Magoya y nos ponemos la
botellita de Ayudín en el techo para que cualquiera sepa que puede
contar con nuestros servicios.
Al
parecer, en Lanús, la cosa con Manolo ya no da para más. Son varios los
que se lo quieren cargar, empezando por el Presi –dicen- pero nadie
sabe como. O sí saben pero dicen que es complicado, y que va a armar
quilombo, y que se yo cuantas boludeces más.
A
nosotros esas cosas no nos importan y por eso cuando el Gordo nos
llama, refunfuñamos un poco pero terminamos agarrando, porque el Gordo
paga. Y paga bien.
¿Por
qué Lanús y no Avellaneda? Porque en Avellaneda las cosas están más
claras y no hay tanto entrevero. En Lanús en cambio, buscan hasta debajo
de las piedras a los audaces que se animen a hacer campaña en contra de
Manolo. No es joda eso.
Por
medio de Maciel entonces, conocimos a uno que dice que responde
directamente al Presi, que quiere ser Intendente y que anda reclutando
gente para sumarse al “proyecto”. Me pregunto que carajo será lo que
llama “proyecto”, porque hay que ver la cara que pone el tipo cuando
dice “proyecto”. Parece que está por cantar el himno. Se pone serio e
imposta la voz: “El Proyecto”, dice. Un pelotudo importante.
Me falta gente para el lado de Chingolo, nos dijo el kirchnerista este.
-Está
todo copado por el viejo ahí –el viejo debe ser Manolo, suponemos-, así
que ustedes me vienen bárbaro: están cerca, conocen la zona y parece
que se la bancan.
No sé que quiso decir con “se la bancan”. Me imagino que a pelotudos como él nos tenemos que bancar y por eso “nos la bancamos”.
Después de esa reunión, el gordo Maciel cerró los números con el gilazo ese y nos llamó.
Estábamos Papeluchi, yo, Roberto y un par de pibes del barrio.
Había
que hacer pintadas sobre Donato Álvarez y pegar unos mil afiches por
donde se nos cantaran las pelotas. Decidimos que era mejor salir a
pintar primero. Una porque al boludo este no lo conoce nadie, entonces
escribiendo su apellido junto al de Scioli y al del Presi (o Cristina),
calculamos que alguien lo iba a registrar; y la otra es que con la
cantidad de ilusos que piensan suceder a Manolo, todo Lanús está
empapelado con afiches, afichitos y afichotos de todos estos apóstoles
de la democracia. Que no leyeron ni Comunidad Organizada estoy seguro,
ahora eso sí, son todos re peronistas.
Hacía
mucho frío la noche que salimos a pintar. Cal y Ferrite azul y negro.
La pasamos bastante mal pero un par de vinos paliaron la situación. Un
par de horas paseamos con la camioneta que consiguió el Gordo. Pintamos y
nos fuimos a dormir.
Al
otro día, el Gordo Maciel nos vino a decir que el Fulano este había
llamado emocionadísimo. No podía creer ver su apellido impreso en los
paredones más visibles de Chingolo.
Ni que se llamara Perón o Cooke el tipo. Tiene un apellido más ridículo
e insignificante que cualquiera que uno se pueda imaginar. Encima pidió
nombre y apellido, porque no tiene apodo. ¡Error viejo! ¿Cómo pretende
ser intendente sin sobrenombre?
Eso no es de peronista. Es de advenedizo. A veces confunde la gente.
La
cosa es que después de las pintadas nos esperaban los mil afiches con
su cara y el fotomontaje con la mirada esquiva del Presi.
Un
par de fríos después arreglamos para salir de pegatina. Julio no
aflojaba y hasta tuvimos que suspender la noche que habíamos programado
porque justo ese día se le ocurrió nevar al Gran Buenos Aires. Un
espectáculo decían en la tele, mientras en el barrio las viejas ya no
sabían adonde meterse para que no se les congelen los pies.
Dejamos
pasar un par de días a ver si amainaba pero nada, así que decidimos que
había que hacerlo igual. Una tarde, no me acuerdo si miércoles o
jueves, Papeluchi me llamó para avisar que esa noche se hacía. Puta que
lo parió. Yo que justo estaba arreglando para ver a la chica que quiere
escribir la historia del rock, tuve que suspender para otra oportunidad.
Ella, lo más bonito que le dio Dock Sud al mundo, entendió la
situación. Eso sí, no me llamó más. Una pena.
Me
pasaron a buscar los muchachos alrededor de las nueve y media para ir a
preparar el menjunje al local. Insisto, seguía haciendo frío. De locos.
Tomamos
mate mientras armábamos la mezcla. Hicimos dos, una clásica como en los
viejos tiempos, con engrudo y soda cáustica, y otra re moderna, con un
líquido gomoso que pega todo y se tira con un rociador.
Salimos
cuando la térmica de Crónica TV marcaba dos tres. Terrible. Para esa
vez no hubo camioneta. Tuvimos que arreglarnos con el Renault 12 que
maneja Roberto. Por supuesto que el gas estaba incluido en los
honorarios. De pedo que había gas, porque antes de salir veíamos en
Crónica a los tacheros puteando que en la Capital ya lo andaban
pijoteando. Esta vez era diferente. Había que hacer Alsina y Lanus
centro. Sin fierros, ordenó el Gordo. El boludo este no quiere kilombos,
nos aclaró enseguida.
-Si la vienen a pudrir, hacemos como que nos comemos los mocos ¿Ta claro? –. Completó.
Hicimos primero Valentín Alsina. Habremos salido de Corina a las once.
Ni
un colectivo cruzamos en el camino. Pensé en la gente que a esa pudiera
estar volviendo de algún laburo. Un espanto. Íbamos con el Oso, un pibe
del barrio que nada que ver con el peronismo. Es de izquierda, pero se
copa porque tiene buena onda y porque además necesita la guita y
nosotros a él, porque podíamos ir sin ferretería pero al menos
necesitábamos a uno que se la aguante en serio. El Oso se puede comer
con la mano de a tres. No saben lo que es el tipo, lo he visto pelear.
Una fiera.
Mientras
con el cepillo empapaba los afiches de abajo para pegar los “nuestros”,
extrañaba a la chica que quiere ser periodista. Soy una buena nota,
pensé. En esta situación, doy justo para el programa de Gastón Pauls o
el de La Liga. Madrugada en el conurbano, pegatina justicialista
rentada. Todo un titular. Re publicable, como ella dice.
A
medida que la noche se hacía profunda, nosotros nos adentrábamos en los
precipicios de Lanús. Calles que nadie conoce, veredas en disputa y
esquinas sin dueño. Bah, eso es lo que nosotros creíamos. El Oso iba
entusiasmado con el balde porque para él esto era toda una aventura. Se
cagaba de risa y nos cargaba.
-Boludos…
¿se creen que este tipo les va a dar laburo? Jajaja!- se burlaba– Estos
garcas ubican a todos sus familiares y a ustedes los van a mandar a
estacionar coches sobre Pavón.
Nadie le contestaba porque algo de razón tenía.
Mientras,
andaba con el balde y un rollo de carteles debajo del brazo. Iba y
venía de una vereda a otra. Parecía una criatura jugando al ring-raje.
En una esquina apropiada, embadurnó la cara de Manolo con el engrudo y
empezó a desenrollar uno de los afiches que tenía que pegar. En eso,
sentimos titilar una par de luces altas hacia nosotros. Más precisamente
hacia donde estaba el Oso. Ya había terminado casi. Faltaba nada más
terminar de apoyar el papel en el 2007 y pasar a otra pared. Un auto, y
del lado del acompañante una voz ronca que asomaba al frío de la
intemperie urbana que nos envolvía.
-Eh, nene! ¿Qué tapas?
El silencio que hicimos fue proporcional a lo inesperado de la situación.
Más
de uno pensó ¡Cagamos! O algo por el estilo. Era tarde, no había
motivos para generar una riña sin sentido. La situación en sí era
absurda.
¿Qué tenía que hacer un auto a esa hora vigilando lo que nosotros hacíamos?
-Si nene, a vos te digo ¿Qué tapas?- Repitió la voz aguardentosa desde el vehículo.
Sin
obtener respuesta nuestra ni del Oso, el conductor bajó las luces y el
que gritaba sacó la cabeza por la ventanilla. Ahí pude ver el auto. Un
Ka gris.
-¿Manolo? –Preguntó estupefacto el Oso.
-Si nene ¿Qué tapas?- Reiteró el viejo.
Increíble.
El viejo. El mismísimo Manolo en persona, a la una de la mañana
patrullando las calles del feudo para ver que las paredes que responden a
él no fueran ensuciadas por ningún inexperto a sueldo.
-No…no…-tartamudeó el Oso.- Usted sabe cómo es esto Manolo… nos pagan… hoy para este mañana quien sabe… por ahí para usted…
Ineficaz. La incompleta excusa del Oso engordaba las razones del viejo.
-¿Vos me estés cargando? Yo sé muy bien para quien laburan ustedes.
-No… no… Manolo… déjeme que le explique…-Seguía el Oso.
-Mirá, háganme un favor, mándense a mudar y díganle al boludo ese (señaló el afiche) que no joda.
-Sí, sí –Se comprometió el Oso.
Cuando
quisimos acordar, estábamos enrollando los carteles que teníamos en el
suelo y nos tomábamos el palo en el Renault de Roberto. Éramos cinco
tipos y ninguno, salvo los nerviosos pretextos del Oso, pudo decir nada.
Nos
fuimos silbando bajito mientras veíamos como el viejo y su chofer se
bajaban del Ka con las luces altas otra vez encendidas y arrancaban con
saña pero sin hacer demasiado esfuerzo, el húmedo fruto de nuestro
trabajo.
-Y
agradezcan que no llamo a los muchachos de la catorce-, sentenció
indulgente, mientras nos subíamos al auto para volver a Corina con la
cola entre las patas.